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Jason Roberts, premio Pulitzer: “Uno de los grandes desafíos del mundo actual es el simplismo, que todo es fácil de entender”

El escritor ha ganado el galardón de Biografía con ‘Todos los seres vivos’, la historia de un enfrentamiento entre dos grandes científicos que definió la biología moderna

Jason Roberts, autor de 'Todos los seres vivos', una doble biografía sobre Carl Linneo y el conde de Buffon.
Daniel Mediavilla

La ciencia de verdad siempre ha sido cuestión de vida o muerte. Desde la expedición para vacunar a los americanos frente a la viruela hasta los ingenieros nucleares iraníes, pasando por la carrera científica de los años 80 y 90 para frenar el sida. En el siglo XVIII, el naturalista sueco Carl Linneo envió a sus apóstoles por el mundo en busca de tantas especies como fuese posible para completar su clasificación de todos los seres vivos. Muchos no volvieron. Christopher Tärnström murió de fiebre tropical de camino a China, a Pehr Löfling lo mató la malaria en Venezuela, Carl Fredrik Adler falleció en la costa de Java y Peher Forsskål en Yemen. Jason Roberts (Los Ángeles, EE UU, 63 años) se planteó escribir un libro sobre las aventuras de estos héroes de la Ilustración, pero cuando comenzó a profundizar en sus vidas y la de su mentor, vio que “no eran muy ilustrados”. Así empezó la gestación de Todos los seres vivos (Taurus), que este año ha ganado el premio Pulitzer de Biografía.

Según relata Roberts en una conversación por videollamada, el esfuerzo de Linneo por clasificar la vida —que nos legó el sistema de nomenclatura binomial en latín para las especies (Homo sapiens), plasmado en su Systema Naturae— fue también un intento de dominar la naturaleza y a otros pueblos, un impulso que se materializó en el colonialismo de las décadas posteriores a su muerte, en 1778. Mientras Roberts profundizaba en la vida del sueco, fue creciendo la figura de otro científico, Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, que realizó su propio compendio descomunal de la vida existente en su Histoire naturelle.

Ambos han quedado retratados por el escritor estadounidense en una biografía doble que es, también, una historia sobre las ideas que transformaron nuestra manera de entender la vida. Estos dos científicos contemporáneos, que confrontaron sus ideas, pero nunca se encontraron en persona, representaban también dos formas antagónicas de enfrentarse a la existencia. Frente a la fuerza del conocimiento para dominar el mundo que encarnó Linneo, Buffon representó la capacidad de la ciencia para asimilar la complejidad.

Pregunta. Tengo la sensación de que Buffon le parece más acertado e incluso más simpático que Linneo. Sin embargo, durante muchos años, parece que Linneo, con su forma rígida de interpretar la naturaleza, fue el ganador. ¿Por qué cree que sus ideas, al menos durante un tiempo, resultaron más atractivas?

Respuesta. Me costó un tiempo entenderlo. Descubrí que el sistema de Linneo encajaba perfectamente con el espíritu de la época, en particular con el Imperio británico y con la expansión estadounidense. La gente quería certezas. No querían incertidumbre. Y no estaban interesados en escuchar a las culturas nativas.

En muchos sentidos, el sistema linneano se convirtió en una forma de colonialismo cultural, porque te permitía borrar la pizarra y ponerle un nuevo nombre a una especie. Pero no solo eso, también implicaba la idea de que todo estaba fijado, que había un orden específico, que no había sorpresas, y que Linneo había dado con una especie de visión divina sobre cómo estaba organizada la vida. De hecho, por eso se le llamó el “registrador de Dios”.

Mientras tanto, la visión de Buffon era mucho más inquietante para ellos, aunque también mucho más dinámica. Buffon fue la primera persona en decir que estamos viviendo en la era de los humanos, que los humanos están cambiando permanentemente el clima global. Y eso fue algo que se ridiculizó en su época. Fue un defensor del concepto de evolución, antes de que existiera esa palabra, y también de extinción.

Y cuanto más investigaba, más entendía cómo Buffon había ocultado sus ideas dentro de su obra, porque sabía muy bien que la época no estaba preparada para algunas de sus propuestas. Eso lo convirtió en una figura aún más interesante para mí.

P. También parece que en una época de incertidumbres como la que siguió a sus muertes, con la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, se prefería ese modelo preciso y cerrado de cómo funciona el mundo. Un poco como ahora.

R. Totalmente. Estoy de acuerdo con usted en que uno de los grandes desafíos de la cultura actual es el atractivo del simplismo. Y me pregunto si esto no es una reacción de muchas personas a sentirse abrumadas por la enorme cantidad de información que recibimos de golpe. Buscan extraer orden del caos y no quieren sentirse poco inteligentes. Creo que ese es uno de los atractivos de las visiones del mundo hipersimplistas: le dan a la gente la sensación de que pueden comprender las cosas, que todo es fácil.

Estoy viendo muchas tendencias que son antiintelectuales, pero también anticonflicto. El sistema político estadounidense actual es un ejemplo de libro del simplismo tratando de imponerse sobre una realidad política que es muy compleja. Existe esta idea de que cuando los intelectuales dicen que algo es complicado, lo hacen para hacerse los listos, y que en realidad todo se resolvería con un poco de sentido común. Creo que la capacidad de apreciar la complejidad —de reconocer que no necesariamente lo entendemos todo— es un valor social que debemos redescubrir.

P. En el libro también habla de la simplicidad del sistema lineano, que da seguridad y ofrece la sensación, incluso a quienes no son especialistas, de que puedes controlar la naturaleza de una forma sencilla.

R. La metáfora que el propio Buffon propuso —y que yo adopté— es la diferencia entre la máscara y el velo. Él personificaba a la naturaleza como una especie de Madre Naturaleza velada. Decía que sólo podemos vislumbrar ocasionalmente algunos de sus mecanismos detrás del velo, y eso solo con muchísima paciencia y tiempo. Para él, el árbol del mundo linneano era como imponerle una máscara a la naturaleza: pegarle encima una cara falsa y decir “esto es lo que hay, así es como funciona”. Y que, al hacerlo, se perdía muchísimo.

Buffon tenía una mentalidad abierta, se permitía sorprenderse constantemente con la naturaleza. En lugar de explicarla y normalizarlo todo, se apoyaba en ese sentido de asombro. Y así fue como logró escribir casi treinta volúmenes describiendo la naturaleza, con una prosa que es un verdadero vuelo literario, porque intentaba capturar lo que se sentía al estar en presencia de esos animales. Y eso es completamente distinto del catálogo sobrio de “esto es lo que hay”, donde las cosas se reducen a unas pocas palabras, como si se tratara de clavar un insecto en una caja con una etiqueta y decir “esto es”.

Así que lo que intenté en este libro fue proponer algo como Buffon. Porque, como dije, no empecé el proyecto con una preferencia por uno u otro. Lo que hice fue buscar dónde estaban las sorpresas, y tratar de comprender dónde se desarmaban mis expectativas.

P. ¿Dónde encontró las mayores sorpresas?

R. Me encontré con cosas como Buffon hablando, en esencia, del concepto de ADN. Más de dos siglos antes de que se convirtiera en ciencia. Él decía algo así como: “Si existen estos principios que la naturaleza sigue para crear un animal desde la gestación, desde que es un embrión, entonces debe de haber algún tipo de estructura, algún molde interior, una fuerza que da forma”. Y lo que ocurre es que, con el tiempo, hay pequeñas variaciones en esas instrucciones. Esas diferencias podrían ser el origen de la evolución.

Una de las anécdotas que incluyo en el libro es que Darwin, quien en un principio nunca había leído a Buffon, cuando finalmente lo hizo, dijo: “Sus ideas eran desconcertantemente parecidas a las mías”. Y en El origen de las especies incluyó una nota dando crédito a Buffon, por haber sido el primero en tratar estas ideas de forma científica.

P. ¿Ser un gran matemático ayudó a Buffon a tener esas ideas, a entender mejor el funcionamiento interno de los seres vivos? Porque escribe sobre biología, en el siglo XVIII, con una gran visión de futuro.

R. Eso me interesa. Cuando miras las personalidades de estos dos hombres, pensarías que sus filosofías estarían intercambiadas. Buffon era quien tenía una mente matemática refinada, era increíblemente disciplinado, muy organizado y vivía su vida siguiendo estándares muy rígidos. Pensarías que él sería el más atraído por las categorías, que sería quien impusiera estructuras a la naturaleza. Mientras que Linneo, emocional y dado a impulsos, hacía cosas que ni te imaginarías que haría un profesor, como irrumpir en el apartamento de uno de sus estudiantes y robarle especímenes que él mismo les había entregado. Uno pensaría que él sería el que tendría una noción más fluida. Pero ocurrió al revés.

Y eso me indica que si Buffon, con todo su sentido del orden, acabó admitiendo que no podemos —al menos en este punto de la experiencia humana— capturar un relámpago en una botella y decir que entendemos lo que está ocurriendo en la naturaleza, entonces tal vez es que eso es precisamente lo que necesitamos asumir. La idea de que para entender la naturaleza, para ayudar a salvarla, tenemos que reconocer lo que no sabemos, es algo que estamos empezando a entender.

P. ¿De qué manera esa conciencia de la complejidad nos puede ayudar, en lugar de quitarnos la seguridad en nosotros mismos y hacernos más difíciles las cosas?

R. El año pasado, por ejemplo, se descubrió que, donde pensábamos que había una sola especie de jirafa, en realidad había cuatro, lo que cambia completamente el esfuerzo de conservación. Era una información que estaba delante de nuestras narices, pero no la vimos porque habíamos caído en esta especie de complacencia inducida por las etiquetas y las apariencias.

Mientras tanto, hay un tipo particular de molusco marino —un caracol de mar— que ha sido clasificado como una especie diferente más de 200 veces, y resulta que en realidad es solo una especie. Esta idea de que hemos estado forzando la categorización sobre la naturaleza, y que tal vez nuestros ojos están empezando a aclararse un poco, no podía llegar un minuto más tarde. Porque si realmente queremos entender lo que le estamos haciendo al planeta, a nuestro lugar en la naturaleza, y cómo podemos mantener un entorno seguro, esa idea del medio ambiente como un conjunto rígido de pequeñas etiquetas no va a funcionar. Vamos a tener que aceptar la complejidad para poder entender la naturaleza, porque formamos parte de esa complejidad.

P. No sé si cree que el hecho de que Linneo nos clasificase como Homo sapiens, atribuyéndonos la racionalidad como un rasgo fundamental, ha generado un malentendido y ha generado unas expectativas demasiado elevadas de nuestra especie.

R. Lo que realmente me costó perdonarle a Linneo fue que él asignó lo que hoy consideramos categorías raciales. Lo que ocurre es que gran parte de este libro se sitúa en un tiempo anterior a que la terminología adoptara el significado que tiene hoy. En aquella época, el término raza no se usaba en el sentido actual. Simplemente, significaba cualquier grupo que se mencionaba como unidad: podrías hablar de la “raza de los españoles” o “la raza humana”. Así que Linneo no utilizó la palabra raza con ese sentido, puede que pensara más bien en subespecies o algo así. No lo etiquetó como tal, pero sí fue quien dividió al Homo sapiens en cuatro categorías. Y eso, basado en la apariencia externa, el color de piel, podría entenderse como un error cultural o una falta de visión. Pero lo que hizo —y esto me sorprendió— fue añadirles valores emocionales.

Dijo, por ejemplo, que el Homo sapiens africanus estaba guiado por el capricho, mientras que el europeo estaba guiado por la ley. Esa clase de clasificación literalmente inyectó este tipo de ideas en lo que hoy llamamos ciencia, desde el mismo comienzo. Mientras yo escribía el libro, la Sociedad Linneana de Londres emitió una declaración reconociendo que las raíces del racismo científico pueden rastrearse hasta Linneo, y que es una parte de su legado que están intentando revisar.

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Sobre la firma

Daniel Mediavilla
Daniel Mediavilla es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Antes trabajó en ABC y en Público. Para descansar del periodismo, ha escrito discursos. Le interesa el poder de la ciencia y, cada vez más, sus límites.
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